Nuevamente la erudición del Maestro Alonso Rosado Sánchez se hace patente en otro de sus artículos clásicos de KATANA en torno a la Historia del Savate, Sistema de Combate desarrollado en Francia. Para todos ustedes el Texto Original después de tantos años:
Por Alonso Rosado Sánchez
Allá por el año de 1750, en los principios de la Revolución Industrial en Europa, cuando los inventores encontraron la manera de utilizar el vapor para mover los nuevos telares mecánicos que tejían velozmente lienzos de lana y algodón, así como para impulsar los buques que, con sus grandes ruedas de paletas navegaban los ríos de Inglaterra, Francia, Alemania y los del territorio que hoy es Estados Unidos llevando sus cargamentos de sedas de Madagascar, canela y jengibre de la India, porcelanas de China y lingotes de plata de las colonias de España en América, muchos campesinos europeos dejaron sus terruños y, en busca de mejores oportunidades, atestaron ciudades como Londres y París. Las estrechas calles de esas urbes, que no habían sido diseñadas para contener a tantos transeúntes, se volvieron teatro de frecuentes riñas y asaltos e hicieron necesario para sus habitantes el encontrar formas de autodefensa para usar en las confrontaciones que, como resultado de la sobrepoblación, comenzaron a menudear. En Inglaterra surgieron buenos peleadores que sabían cómo usar los puños y que, andando el tiempo, darían origen al boxeo, como hoy se le conoce; y en Francia… en Francia empezó a gestarse una extraordinaria forma de combate que tenía como armas principales los pies y las rodillas, a la que primero se dio el nombre de Savate y luego, ya refinada, el de “Boxe Francaise”. He aquí su historia:
Los antiguos griegos, cuando celebraban cada cuatro años sus Juegos Olímpicos que iniciaron en el año 776 aJC., incluían en ellos una prueba terrible, el Pancracio. Dos concursantes se enfrentaban intentando vencerse el uno al otro. Casi cualquier recurso estaba permitido: golpes con los pies, las manos, la rodilla, el codo; zancadillas, proyecciones violentas contra el suelo, palancas a los brazos o piernas, llaves a los dedos de las manos o los pies… únicamente estaba prohibido picar los ojos o golpear los testículos. Después de mil años de estarse realizando, en el año 394 de nuestra Era, el emperador romano Teodosio I, convertido al cristianismo, prohibió la celebración de aquellas festividades, por considerarlas paganas. No obstante, el pueblo tomó algunas de las prácticas deportivas que tantas veces observaron en ellas y siguió ejercitándose, aunque de manera informal y, muchas veces, deformada. Tal fue el caso del Pancracio, que de certamen atlético se convirtió en una forma de lucha callejera.
Extraños son, sin embargo, los caminos que toman algunos rasgos culturales de los grandes pueblos para perpetuarse o, al menos, para no extinguirse del todo. Cinco siglos antes del nacimiento de Cristo, los celtas, descritos por los antiguos como gente de elevada talla, ojos azules y cabelleras largas, que habitaban al norte de los alpes y en las márgenes del río Danubio que nace en la selva negra de Alemania y desemboca en el Mar Negro, iniciaron su expansión. Ocuparon el Norte de Italia, la Península Española, las Islas Británicas y, esto es importante para nuestra historia, la Galia, hoy conocida como Francia. Luego, en el 280 a JC., con un poderoso ejército, penetraron Grecia. Se posesionaron de la Fócida, donde se encontraban el Monte Parnaso, el Santuario de Delfos y el Oráculo de Apolo e hicieron lo mismo con Tesalia y Macedonia, lugar en donde, 76 años antes, en el 356, naciera Alejandro Magno, conquistador del mundo antiguo. Antes de ser expulsados por los Etolios y sus aliados en el 279 a JC., los celtas tuvieron tiempo, sin duda, de observar de cerca los deportes que practicaban los griegos, incluyendo el Pancracio. Ya de regreso en las Galias, en las que un buen número de tribus célticas decidieron asentarse permanentemente, llevaron consigo muchos usos y costumbres de los pueblos por los que habían incursionado. Uno de ellos consistía en que, durante ciertas festividades, se enfrentaban dos concursantes que se pateaban alternadamente las espinillas, como si fuera un juego. Ganaba el que más tiempo resistía sin rendirse. Algunos investigadores creen ver en ello reminiscencias del Pancracio griego, así como el origen del Savate.
Los siglos pasaron y en Lutecia, la antigua ciudad gala que es hoy París, muchos de sus habitantes continuaban practicando aquel juego a patadas de los celtas, pero combinado ahora con ágiles movimientos tomados de danzas populares en los que la rapidez era esencial. Fue inevitable que ese entretenimiento fuera tornándose poco a poco en algo más serio y quedara convertido en una forma de pelea en la que los golpes dados con los pies jugaban el papel principal. La práctica cundió rápidamente y ya en el siglo XVII en Provenza, situada al Sureste de Francia, se llevaban a cabo competencias en las que los participantes intentaban tocarse con los pies en puntos situados arriba de la cintura. Le llamaban el juego de Marsella debido a la particular afición con que se ejercitaban en él los habitantes del puerto de Marsella. Tal vez influyó en ello el hecho de que allá, como en todos los pueblos situados en la costa del Mediterráneo, y debido al clima cálido, los habitantes usaban camisas sueltas y pantalones amplios que permitían a las piernas moverse con bastante libertad.
Sin embargo, aquellas maniobras que ejecutadas como diversión tenían una apariencia inocente, podían tomar un sesgo destructivo si llevaban la intención de dañar. Como era de esperarse, muchos empezaron a practicarlas en forma sistemática con el objetivo de usarlas para pelear. Entonces, sin que nadie supiera quién acuñó el término, todos empezaron a llamar a ese género de contienda, Savate. El nombre fue muy adecuado y descriptivo, porque en francés significa “chancla” o “zapato viejo”, aludiendo al hecho de que era empleado mayormente por los moradores de los barrios bajos, sobre todo los parisinos, casi siempre calzados con zapatos vetustos y de tacones estropeados con los que solían asestar, en sus riñas, el golpe final. En esa época, el Savate comprendía únicamente patadas bajas usando el filo, el talón o la punta del pie, dirigidas al tobillo, la espinilla o la rodilla. El abdomen, y aún los testículos, eran considerados blancos demasiado altos y que ponían en peligro el balance del combatiente al querer alcanzarlos. No obstante a veces, y como excepción, sí se dirigían ataques a esos puntos, sobre todo si el contrario ya estaba aturdido. Los Savateur usaban también las manos, pero abiertas, empleando los filos de las mismas, el talón de la palma, el dorso y ls dedos para embestir contra los oídos, sienes, nariz, arterias carótidas y nuca. Había también algunos ataques inesperados y aniquiladores, como el de saltar sobre el oponente apoyando un pie en su rodilla y con la otra pierna atizar un rodillazo a su cara o mandíbula al tiempo que se le jalaba de la nuca. Los movimientos eran, en general, poco elaborados y fáciles de aprender y por ello se convirtieron en favoritos de los cargadores, limosneros, cocheros y delincuentes de todo género.
Comenzaron a surgir expertos que enseñaban cobrando honorarios por sus lecciones. Existen registros de que allá por 1730 o 1750 un tal Batista, bailarín de profesión, que había estudiado de manera sistemática el método en la corte del duque de Berry, se anunciaba como maestro de “Duel Savate”. Otros instructores aparecieron después: Karp, Minion, Rauchero, Sabatier, Fanfan, Fransua y Chapman. Sus apellidos no se conocen, lo cual indica que pertenecían a los estratos menos favorecidos de la población.
Entonces, en 1789, se produjo la gran revolución francesa. El monarca Luis XVI y la reina María Antonieta fueron decapitados y la República instituída. La sociedad, colapsada, vivía al borde del precipicio. Durante el reinado del terror de Robespierre, la guillotina funcionaba incansable todos los días, haciendo correr a borbotones la sangre por el cadalso y la plaza pública. En París, la muerte acechaba por doquier en cada esquina, en cada callejuela, en cada taberna, en cada mesón. El Savate empezó a ser practicado cada vez por más personas; pero ahora no solamente los humildes lo buscaban, sino también los nobles y adinerados, como un medio para proteger sus vidas. A la técnica se le añadió el uso de un arma de apariencia inofensiva: el bastón de calle, que tan común era en aquella época. En manos expertas y combinado con las letales patadas era un instrumento tan útil como peligroso. Luego surgió el gran Napoleón Bonaparte. Al organizar su gran ejército (La Grande Armeé) ingresaron a las filas muchos avezados savateurs. En sus campañas de Italia, Egipto y España, así como en sus incursiones contra Austria y otras naciones europeas, el Savate empezó a ser conocido. Hasta los oídos ingleses llegó su fama y por ello, para observar cómo era, cuando en sus batallas contra Napoleón lograban capturar prisioneros que conocían el Savate, les proponían enfrentamientos con peleadores ingleses, a cambio de más raciones de comida u otros privilegios.
La marina francesa también tenía sus savateurs quienes, en alta mar y para matar el aburrimiento, intentaban practicar sus habilidades, pero los vaivenes del barco les hacían perder el equilibrio y caer. Entonces desarrollaron un curioso e interesante procedimiento que consistía en apoyar una o ambas manos sobre la cubierta mientras pateaban. Ese recurso tuvo un éxito inmediato y se volvió favorito de los marinos cuando tocaban puerto y se veían envueltos en riñas de taberna. Anteriormente muchos de ellos, con poco entrenamiento y escaso sentido del equilibrio, intentando usar patadas altas dirigidas a la cabeza o al pecho, habían caído estrepitosamente al suelo , haciendo el ridículo y quedando a merced de sus contrarios; pero ahora, usando las manos como soporte, tenían éxito. Crearon así una variedad de patadas sorpresivas y poderosas, como la llamada “de mula”, que consistía en dar la espalda al enemigo y cuando éste se precipitaba hacia delante, colocar ambas manos en el piso y proyectar, como pistones, los dos pies contra su bajo vientre o estómago; o aquella otra en la que, estando frente al adversario, el peleador se paraba sobre las manos, como un gimnasta, y plantaba ambos pies, con gran fuerza y violencia, sobre la cara de aquél, quien generalmente caía cuan largo era derribado por semejante impacto. A esa clase de pelea se le llamó Chausson, que significa “escarpín” o “chinela”, aludiendo a las fuertes alpargatas que usaban los marinos franceses.
Cuando las guerras napoleónicas terminaron, el Chausson se volvió muy popular debido, en parte, a que era posible practicarlo como diversión. Con el pie o con la palma de la mano (paume), los participantes intentaban tocarse uno al otro sin hacerse daño, … pero en los barrios bajos de las ciudades francesas, sobre todo en París, el preferido seguía siendo el Savate. Hacia 1820, su fama empezó a llamar la atención de los jóvenes aristócratas. Estos gustaban de asistir a los salones de baile ubicados en los distritos más conflictivos de París, buscando divertirse de forma “emocionante”. Por supuesto, para llegar a esos sitios era necesario atravesar zonas infestadas de maleantes y atracadores, además de que los mismos salones en cuestión eran teatro de frecuentes y violentas riñas. Así que muchos miembros de la nobleza se aplicaron a estudiar los secretos del Savate. Se puso de moda entre ellos zanjar cualquier diferencia de honor usando algunas buenas y rápidas patadas. Esto se consideraba más elegante y “fino” que recurrir al expediente de luchar, rodando por el suelo. Fueron no pocos los que hicieron que sus pajes, quienes solían acompañarlos en sus aventuras, aprendieran a la par que ellos no sólo el Savate sino también el uso del bastón de calle. Así, señores con sus fieles sirvientes, llegaron a protagonizar espeluznantes encuentros en los que, habiéndoles cerrado el paso asesinos o ladrones en alguna callejuela retorcida, lograron abrirse paso a patadas y golpes de bastón para ganar, ilesos, la salida.
Surgió por aquella época, también entre la nobleza, otra corriente: la de aquellos que deseaban practicar el Savate, no tanto para utilizarlo en peleas, sino como un excelente ejercicio físico y una actividad gratificante. Se formaron de esta manera dos ramas de Savate: por una parte, el llamado “clásico”, practicado mayormente por los habitantes de las zonas proletarias, muchos de los cuales, como se ha dicho, eran maleantes, así como por aristócratas aventureros. El arsenal de este Savate clásico, como también ya se ha mencionado, no era complicado, pero sí muy eficaz: patadas que rara vez iban más alto que la rodilla del contrario, golpes con la mano abierta y el uso del bastón. La fiereza y la fuerza jugaban un papel decisivo.
En el otro extremo apareció el Savate “romántico”. No estaba diseñado para usarse en mortales duelos callejeros. Al contrario, constaba de técnicas sofisticadas y su rasgo distintivo era la patada alta, dirigida a la cabeza, que los savateurs clásicos siempre se negaron a usar por considerar que dejaba descubierto al que la empleaba. Los seguidores de este Savate romántico lo practicaban con el mismo espíritu del “juego de Marsella”, tocándose ligeramente, sin intención de lastimar. Además, como los entrenamientos se llevaban a cabo en los elegantes salones de los castillos y en los recintos de las mansiones, era necesario usar finos zapatos de suela suave para no raspar ni levantar el pulido parquet de los pisos. Los maestros que enseñaban esta clase de Savate pedían a sus ricos alumnos que usaran grandes guantes para que no se dañaran los dedos ni perjudicaran el rostro de sus compañeros de entrenamiento. De la mezcla de este Savate romántico y del juego de Marsella, emergió también otra forma de Chausson más elaborado que el primitivo y que requería asimismo el uso de guantes y tenía patadas a la cabeza.
Entonces, alrededor de 1820, apareció Michel Casseux, mejor conocido con el sobrenombre de “Pissseux”. Nació en 1794 en el distrito de Belleville en París, que era una de las zonas “duras” de la ciudad. De niño fue testigo de muchos brutales encuentros. Tal vez debido a ello creció con el afán de saber pelear bien. Naturalmente, buscó instrucción en Savate. Siendo ya un joven gustaba de frecuentar el barrio de la Courtille, que en París era uno de los más violentos, y meterse en tabernas y tugurios donde se reunían los aviesos pandilleros conocidos como apaches y escalpes. Su propósito era contender con ellos para probar, en el terreno de los hechos, cuáles de las técnicas del Savate resultaban efectivas y cuáles no, así como para conocer otras nuevas. Desde luego, conseguir adversarios en aquellos sitios no era nada difícil y en las confrontaciones él usaba todo el repertorio del Savate clásico: cabezazos a la entrepierna, codazos, jalones de pelo, cachetadas a las orejas, golpes con la palma de la mano a la nariz y con el dorso a los ojos ,y, por supuesto, las famosas patadas a las espinillas y rodillas, así como los pisotones a los empeines. Aunque de corta estatura, Pisseux era ágil como una mangosta y jamás fue vencido. Entonces, con sumo cuidado, clasificó y sistematizó todas las maniobras que conocía del Savate, incluyendo las usadas por el hampa parisina, y creó un método al que llamó “L’art de la Savate”. Abrió luego una “salle” (sala) donde comenzó a impartir clases. Enseñaba el arte de patear junto con el de usar la paume (palma) y la esgrima de bastón. Su reputación era muy grande e iba en aumento. En su sistema las manos se mantenían bajas para sujetar los pies de un adversario que cometiera el error de patear alto y también para detener los golpes a la ingle. En su escuela podían encontrarse representantes de todas las clases sociales, desde pillos que intentaban hacerse pasar por hombres decentes hasta miembros de la nobleza, como el duque de Orleáns, el conde Labatutt, Lord Henry Seymour, Milord L’arsonville y el artista Paul Gavarni.
El mejor estudiante de Michel Casseux fue Charles Lecour (1808-1894). Nacido en Oissery, llegó a inscribirse en la escuela de aquél en 1824 cuando era un jovencito de 16 años. Hizo rápidos progresos y dos años después, en 1826, ya se había convertido en el asistente del maestro. En 1832, a los 24 años, estableció su propia escuela.
A Lecour no le gustaba la idea de que el Savate fuera considerado como una forma de lucha callejera y que fuera predilecta de bandidos y malvivientes. Por ello instaló su escuela en el Passage des Panoramas, en Montmartre, cercano al centro de la ciudad, y empezó a seleccionar a los alumnos, rechazando a los de dudosa reputación. Entre sus estudiantes se contaban muchos comerciantes prósperos, abogados, reporteros, pintores, escultores…
A fines de 1832 llegó a París un excelente boxeador inglés: Owen Swift. Le hizo a Lecour una invitación para pelear que éste aceptó. Las crónicas de la época registraron que el combate fue muy duro. El boxeador se llevó la victoria. Charles Lecour no se deprimió en absoluto. Al contrario, como lo hacen todos aquellos de espíritu fuerte y progresista, decidió que podía ver lo sucedido desde el ángulo positivo y, tomándolo como una lección, resolvió aprender el boxeo inglés. Con esa mira se fue a Londres al año siguiente. Con humildad, de la manera en que suelen hacerlo los inteligentes, se inscribió en el gimnasio de un entrenador conocido como “Smith”. Un año después regresó a París, pero continuó su estudio del boxeo bajo la dirección de otro coach inglés de apellido Adams que vivía en la ciudad.
Luego, en 1838, empezó a enseñar un nuevo arte marcial al que llamó “La Boxe Francaise” (el Boxeo Francés). Era la combinación del antiguo Savate con el boxeo inglés. Fue una mezcla afortunada. Anteriormente, los savateurs clásicos nunca habían aceptado al boxeo inglés, pero ahora, ligado con el Savate, fue acogido entusiastamente por la mayoría. Lecour creó un código de honor para los practicantes, escribiendo asimismo reglas y métodos de práctica. Fue el verdadero e indiscutible fundador de “la Boxe Francaise”. Muchos nobles y celebridades asistieron a su escuela, contándose entre ellos el marqués de Noailles, el conde Clary, Alphonse Karr y Teófilo Gautier, el poeta, novelista y escritor francés.
El hermano más joven de Charles Lecour, Hubert, (1820-1871) fue también un Savateur notable. Perfeccionista por naturaleza, refinó las patadas y golpes del arte, añadiéndole formas para luchar en el suelo que incluían, no sólo golpes con el codo y la rodilla sino también palancas a los brazos y piernas. Hubert era también conocido por su actitud caballerosa, educada y cortés. Los dos hermanos ofrecían demostraciones públicas acompañadas de música a las que solían asistir familias enteras. A sus clases acudían princesas, duques, marqueses, barones, condes y personalidades como Eugenio Sue, quien escribió “Los Misterios de París” y Alejandro Dumas, autor de “Los Tres Mosqueteros”.
Durante la década de 1850 apareció otro excelente y carismático savateur. Se llamaba Louis Vigneron (1827-1871), quien había sido alumno de Guérinau. Nació en París y abrió una pequeña escuela en 1848, a los 21 años. Empezó a construír su reputación enseñando en el ejército francés. Su fama aumentó cuando, habiéndolo retado un experimentado luchador apodado “Arpín el terrible” (le terrible savoyard), le ganó propinándole tres poderosas patadas. El pináculo de su carrera llegó cuando derrotó a Dixon, un espectacular boxeador inglés. Posteriormente otros lo desafiaron, pero siempre resultó vencedor. Luego ya nadie se le quiso enfrentar. Entonces, junto con un compañero, se dedicó a dar exhibiciones en las ferias de todo el país en las que disparaba un pesado cañón atado a su espalda. Por eso se ganó el apodo de “El hombre-cañón”. Desgraciadamente, el 22 de agosto de 1871, se usó una cantidad de pólvora que resultó excesiva para el ya fatigado cañón y éste explotó matando a Louis Vigneron y a su socio, que se encontraba muy cerca.
En 1853 el Colegio Militar ‘l Ecole de Jonville’ fue creada y en el entrenamiento de los cadetes se incluyó La Boxe Francaise y la esgrima de bastón. Así comenzó, de una manera formal, la asociación del Savate con el ejército francés, aunque se sabe que en la Legión Extranjera se practicaba ya desde 1833. En ese cuerpo había muy buenos savateurs y en las colonias francesas de Africa, más de una vez, al ser rodeados en alguna calleja sórdida y obscura y al grito de “¡Legionarios a mí!”, aquellos despejaron su camino a patadas.
Uno de los más importantes savateurs emergió en la segunda mitad del siglo XIX: Joseph Pierre Charlemont (1830-1914). Nació en Desdain y comenzo su aprendizaje en el 19º Batallón de Chasseurs (cazadores) que tenía sus cuarteles en Tlemencen, cuando enseñaba allá Louis Vigneron. Influido por el estilo carismático de éste y por la caballerosidad y perfeccionismo de Hubert Lecour, creó un sistema de combate que, al mismo tiempo que defensivo, contribuía a formar la personalidad. En 1865, cuando alcanzó el grado de Prévot (capitán) fue asignado al 99º Regimiento de Infantería. Como dato curioso, hay que decir que, cuando por aquellos años el ejército francés llegó a México con la intención de colonizarlo, Charlemont vino con él e impartió clases de Savate a los jóvenes reclutas. Charlemont introdujo en aquél muchos elementos de la esgrima, como la embestida al frente, que le dio a las técnicas un mayor alcance.
Entre 1865 y 1893 se ocupó en ordenar, estilizar y reglamentar al Boxe Francaise Savate, incorporándole lo que consideró mejor del Chausson, junto con técnicas de bastón y espada. Deseaba que el sistema funcionara, no sólo como defensa para la calle sino también como un deporte. Le añadió un toque de elegancia al adoptar algunos ejercicios del ballet clásico y rutinas efectuadas en la barra para dar elasticidad a las piernas. Algunos savateurs tradicionalistas no veían con buenos ojos aquellas medidas revolucionarias, pero Charlemont persistió en su empeño y creó una corriente tan práctica y efectiva que aún en nuestros días sigue vigente.
En 1877 abrió una escuela en Bruselas, que tuvo éxito inmediato. El 24 de junio del mismo año hizo una demostración, en Londres, ante la reina Victoria; y en el mes de octubre instaló en París, rue des Martyrs Nº 24, su sala, a la que nombró “L’Academie de Boxe Francaise”. En 1899 publicó su libro “L’art de la Boxe Francaise et de la canne”, que hasta la fecha continúa editándose. Muchos lo retaban y en ocasiones tuvo que pelear hasta dos o tres veces por semana para demostrar la efectividad de su sistema. Entre los mejores alumnos que tuvo se contaron su hijo Charles, Víctor Castéres y Alejandro Dumas, ya mencionado. Este, con su fina ironía, escribió una vez: “La Savate est exactement la meme chose que la boxe, excepté que c’est tout le contraire” (El Savate es exactamente la misma cosa que el boxeo, excepto que es todo lo contrario”.
En 1893 Joseph Pierre Charlemont dejó a su hijo Charles la dirección de la escuela, mientras Castéres abría la suya en la rue Nouvelle. Otros grandes maestros ya surgían: Albert, Allard, Leclerc, Vigny…
En 1896 el joven Charles se enfrentó en Marsella con un gran exponente de Chausson, monsieur Ginoux, alumno del maestro Rastoul. La pelea tuvo proporciones épicas. Ganó Charlemont.
En octubre de 1899 tuvo lugar el que fue llamado “combate del siglo”. Se enfrentaron Charles Charlemont y el excelente campeón inglés de boxeo Jerry Driscoll. La rivalidad que siempre ha existido entre Francia e Inglaterra hizo que las pasiones se encendieran en ambos países. Los dos combatientes lucharon con fiereza y, al final, Charles triunfó. Sin embargo, no faltaron controversias en derredor del veredicto. Los británicos, actuando con sentido práctico, invitaron a Charlemont para que les enseñara su técnica y el Savate se difundió, no sólo en Inglaterra, sino en Bélgica, España, Suiza, Canadá, Rusia y Estados Unidos. En 1900 tuvo lugar el primer campeonato de Boxe Francaise. Esta vez fue Charlemont contra Castéres. Triunfó el primero. Entre 1900 y 1914 la afición por el Boxe Francaise en todo el mundo era tremenda e hicieron su aparición nuevos y excelentes instructores: Minguet, Antoine, Boyle, Chabrier, Quilliet, Allart, Bouchez, los hermanos Leclerc y los hermanos Deruelles. Era el deporte de moda en Europa. Aún Gerge Carpentier (1894-1975), el boxeador francés que más tarde sería campeón mundial de peso semipesado debutó en el Boxe Francaise en 1906, cuando aún era muy joven.
Llegó entonces, en 1914, la terrible Primera Guerra Mundial que duraría hasta 1918. Muchos de los mejores maestros y alumnos del Boxe Francaise murieron en las batallas del frente occidental. Las escuelas cerraron una a una sus puertas. Unicamente seguían enseñando Charlemont, Prevot, Bouchez, Grumelart y Alart. Seis años después de terminada la gran contienda, en 1924, tuvieron lugar en París los Juegos Olímpicos. Fue la ocasión para el Savate, que se presentó como deporte de exhibición. Se resaltó el hecho de que podía practicarse como técnica educativa y sin peligro y se levantó entre el público un gran interés, lo cual hizo que los ingleses invitaran a Londres al equipo de savateurs para que mostraran sus habilidades. Estos se presentaron en el famoso estadio Southwark de Boxeo The Ring (“El Ring”). Los franceses despertaron un gran interés y su actuación fue muy aplaudida; pero los boxeadores ingleses, protegiendo celosamente su técnica y a ellos mismos, hicieron circular la especie de que el Boxe Francaise, con sus elegantes movimientos, era bueno y adecuado sólo para mujeres y amanerados. Por supuesto, se cuidaron muy bien de señalar que aquella elegancia podía ser mortal. La versión penetró en los círculos deportivos ingleses e impidió que el Boxe Francaise fuera aceptado como un deporte de caballeros. Para complicar las cosas, sus detractores hicieron énfasis en la predilección que tenían los gángsters franceses por el Savate, así como también los pateadores callejeros del Este de Londres. Fue así como en los países de habla inglesa se detuvo el progreso del Boxe Francaise por más de treinta años.
Irónicamente, muchos elementos del Savate fueron introducidos en el adiestramiento de las tropas y cuerpos especiales de esas mismas naciones durante la 1ª y la 2ª guerras mundiales. Los marines norteamericanos, el F.B.I. y los comandos británicos, en especial, se beneficiaron de ello. En documentales de la 2ª Guerra Mundial se puede ver, por ejemplo, a los comandos ingleses, preparándose en sus playas para la invasión de Normandía que tuvo lugar en junio de 1944, practicando movimientos típicos del antiguo Savate, como la de correr velozmente y, saltando, patear con un pie el pecho del adversario para derribarlo y acabar con él en el suelo. Por su parte, los miembros de la resistencia francesa, quienes en el día pasaban por tenderos o pacíficas amas de casa que iban de compras al mercado en bicicleta y por las noches hacían descarrilar los trenes alemanes valiéndose de mascadas de seda colocadas en las vías y emboscaban a las patrullas enemigas, también se ejercitaban en el Savate.
Cuando la 2ª Guerra Mundial terminó, por la carencia de maestros que lo enseñaran (otra vez, la mayor partea de ellos había muerto en los frentes de batalla), casi había desaparecido el Savate. Al Sur de Francia el Chausson aún persistía, aunque mezclado con los métodos de combate sin armas empleados en la guerra. Esta nueva síntesis se convirtió en una forma de subcultura en los barrios bajos. Nadie la organizó ni la promovió, simplemente, de manera espontánea, comenzó a ser practicada por algunos grupos minoritarios.
Producto de ese período fue Alain Jebrayel (1898-1954), quien fuera combatiente en la resistencia francesa. Siendo aún niño comenzó a aprender el Chausson bajo la dirección de su padre. Era atlético, fuerte y dotado de un “instinto asesino”. Después de que terminó la guerra, abrió una pequeña escuelas en Niza, a la que llamó “Chausson de la Riviera” y allá enseñaba su arte integrándole técnicas de combate sin armas que aprendió durante la guerra. Dos de sus mejores alumnos fueron Philippe Dufour y Marcel Villenaux. Ellos continuaron enseñando después de que su maestro murió en un accidente cuando corría el año de 1954.
Los pocos que aún practicaban Savate se localizaban sobre todo en el Norte del país. Hubo, sin embargo, un hombre que tuvo el mérito de haber mantenido vivo el Boxe Francaise y de haber colocado las bases para su resurgimiento en la época moderna. Se trata del Conde Pierre Baruzy, quien nació en 1897 y murió en 1994. Comenzó a practicar en 1910 bajo la tutela del gran Charles Charlemont y llegó a ser uno de los más entusiastas Savateurs del siglo XX. Entre 1922 y 1935 ganó 11 campeonatos y obtuvo simultáneamente tres títulos en tres divisiones distintas de peso. También obtuvo dos medallas de campeonato en los Juegos Olímpicos de 1924 en París. Aún durante los aciagos días de la ocupación alemana en francia, Pierre Baruzi hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar que el Boxe Francaise desapareciera: rentó gimnasios donde se pudiera practicar, preparó instructores y les pagó salarios de su propio bolsillo, organizó festivales en los que mostraba al público cómo era ese arte marcial. Hasta el año de 1960, él sólo, publicó una revista especializada dedicada al Savate. Finalmente, el 5 de enero de 1965, organizó el Comité Nacional de La Boxe Francaise. Era una federación con treinta escuelas afiliadas. Diez años más tarde se transformó en Federación Nacional (Federation Francaise de Boxe Francaise-Savate et Disciplines Asimileés). Pierre Baruzy fue honrado con los cargos de Presidente y fundador de la misma. En 1985 la Federación Internacional de Boxe Francaise Savate quedó establecida. A Pierre Baruzy se le distinguió nombrándolo Presidente Honorario de la misma. Es grato comentar que en 1989, el conde Baruzy envió material y un libro al señor Jesse R. Westphal, especialmente para la preparación del artículo “El Arte del Boxe Francaise Savate” que escribió para KATANA, publicado en su edición Nº 14.
Hoy, la destreza del Savateur se desarrolla gradualmente, aprendiendo cómo golpear con las manos y los pies y también cómo luchar usando llaves, de pie o combatiendo en el suelo. Tres sistemas se le enseñan para usar las extremidades superiores: boxeo, codos y palmas de las manos (paume). Asimismo, las patadas se clasifican en tres grupos: de “esgrima”, de apoyo y protección y de defensa. La técnica es fácil de aprender y mejora grandemente la salud y condición física.
También se educa el savateur en usar algunas armas de índole muy práctica; primero las que se sujetan con las dos manos: el bastón largo (Grand Baton) y la silla común que, bien manejada, constituye un recurso formidable de ataque y defensa. Después viene el adiestramiento para las usadas con una sola: el bastón simple y los dos bastones (uno en cada mano). Por último están “los aceros” (petit batons), parecidos al yawara japonés y también el cuchillo, adiestramiento en el cual participan únicamente los savateurs más expertos.
Los practicantes, según su nivel de experiencia, se distinguen por el color de sus guantes: azul, verde, rojo, blanco, amarillo, plata y oro. Este último color se le permite usarlo sólo a quienes han prestado servicios distinguidos a la causa del Boxe Francaise Savate. Hay tres clases de combates: “L’assault” es un encuentro cortés en el que se califica la técnica y la precisión de golpes perfectamente controlados que se aplican de manera que no haya ningún riesgo de lesión o K.O. El “combate previo” es similar al “Assault”, sólo que los golpes ya son más fuertes. Es obligatorio usar careta, concha y protectores de pierna. El K.O y el K.O técnico son permitidos. El “Plain Combat” (pelea total) es muy duro y realista. Fuera de la concha, no se usa ninguna protección. Solamente a los grados superiores “guantes de plata” se les permite competir de esa manera. Los encuentros son de dos, tres o cuatro “rounds” durando cada uno dos o tres minutos, aunque también los hay de 11 rounds, cada uno de un minuto y medio. Cualquier combinación de patadas puede ser utilizada, pero únicamente dos golpes seguidos de box son permitidos, después de los cuales debe lanzarse por lo menos una patada. Durante los encuentros se puede apreciar siempre el rasgo distintivo del Savate: cuando el peleador lanza un golpe de pie, generalmente el brazo del otro lado se extiende en dirección opuesta como contrapeso y equilibrio para el cuerpo, como se hace en la esgrima. En las competiciones deportivas se prohíbe: luchar, sujetar la cabeza del oponente, dar golpes con el codo, rodilla o cabeza, así como con la mano abierta o muñeca; también golpear al oponente en el suelo, cuando ha caído. Los guantes son de 8 o 10 onzas, extendiéndose lo suficiente más allá de las muñecas para protegerlas y se usan zapatos parecidos a los tenis, pero con suelas más delgadas y lisas. Los uniformes modernos suelen ser de una pieza combinando vistosos colores: verde con blanco, rojo con azul, etc. Se efectúan también competencias con bastón, (la famosa canne) que mide poco más de un metro y es ligero y flexible cuyo uso, como antaño, forma parte de la instrucción en las salas de Boxe Francaise.
Lo versátil y efectivo de esta técnica hizo que aún el ya legendario Bruce Lee estudiara con ahínco cintas en video de Savate, incorporando muchos de sus movimientos en su concepto del Jeet Kune Do.
Hoy, el Boxe Francaise Savate se practica cada vez en más naciones por hombres y mujeres de todas las edades y se llevan a cabo campeonatos mundiales que tienen lugar cada dos años. En los Estados Unidos se creó, hace aproximadamente dos años, la Asociación de Savate de California. Seguramente no pasará mucho tiempo antes de que haga su aparición también en México.
Así, con sus raíces hundidas en la antigüedad griega clásica con el Pancracio de los Juegos Olímpicos, pasando por las prácticas de los celtas, transformándose durante la revolución francesa, evolucionando durante el siglo XIX y atravesando por las dos grandes guerras mundiales del XX, el Savate ha llegado hasta nuestros días como un importante arte marcial, el único que utilizando los pies como armas básicas para combatir se desarrolló en Occidente y cuyos principios los grandes maestros supieron conservar y refinar para presentárnoslo hoy como La Boxe Francaise Savate, una técnica hermosa de ver y muy elegante, … pero que también puede ser mortal.